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De la escalada bohemia a la escalada industrial. Patrick ha muerto.

La muerte de Patrick Edlinger me deja un poco enturbiado, no por lo que el representara directamente para mí, sino por lo que supone para nuestro colectivo en general. Tuve la ocasión de conocerle en vivo y en directo en el festival de Pibrac (Toulouse) en 2010 y reafirmé las sensaciones que siempre había tenido de él. Su carácter introvertido se mezclaban con su transgresora actitud con la que siempre ha vivido su existencia. 

Pertenece a una generación que revolucionaron conceptos y forjaron bases de desarrollo de una actividad, por aquel entonces entre romántica y salvaje, para abrir caminos hacia umbrales inimaginables. Más que por lo adelantado que ha sido siempre a sus coetáneos y más allá de los logros deportivos, me transmite un profundo respeto por la entrega absoluta a un estilo de vida. Un estilo de vida confinado al descubrimiento, a la apertura de nuevas sendas por terreno virgen alejado de la mera repetición, la integración con comunidades indígenas para compartir un medio natural al cual se sentía profundamente unido, el autocontrol del riesgo. 

A día de hoy, un estilo de vida prácticamente anecdótico, a la par que una actitud frente a su entorno completamente en decadencia. A pesar del incremento vertiginoso de escaladores durante los últimos años, la masa ha sido vertida hacía los nuevos regímenes de repetición y automatismos. Los nuevos avances que aporta la ciencia del entrenamiento, permite dirigir de forma precisa cada movimiento de la vida para que se vea reflejado en cada batalla por conseguir la cadena. Esa mecanicidad se refleja en las piedras, donde desembocan todo tipo de ambiciones por recaudar un triunfo circunstancial a cualquier precio. Grandes triunfos deportivos, pero de irrisoria trascendencia.

Patrick Edlinger ha muerto, como lo hicieron recientemente Kurt Albert o Bonatti, y con ellos también una actitud en las montañas, en la vida.

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