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Justicia natural
En su cuarto libro, Las claves del talento (Zenith), Coyle nos explica que el talento no es un don misterioso que responde a las leyes del azar y a la genética, sino a un aislador celular, la mielina, que se desarrolla en respuesta a determinadas señales. Visitó los semilleros de talentos del mundo, que suelen ser lugares destartalados pero donde se dan los tres elementos fundamentales: práctica intensa, motivación y buenos maestros. Una habilidad se desarrolla a través de la observación, hasta el punto en que uno se pueda imaginar a sí mismo poniendo en práctica lo observado; repetir, valorar el error, trabajar más lentamente: conquistar la precisión, y aprender a sentirlo: intentarlo y volver a intentarlo.
La excelencia es un hábito?
Eso dijo Aristóteles: "Somos lo que hacemos repetidamente". La excelencia es un habito que podemos cultivar a través de una serie de mecanismos y circuitos neuronales.
Ha creado usted el club de fans de la mielina.
Esa sustancia que rodea el núcleo de las neuronas es como la banda ancha de nuestro cerebro, pero en este caso no hay ningún técnico que nos la instale; para establecerla y que nuestro cerebro funcione a mayor velocidad, fuerza y precisión, necesitamos práctica y repetición.
¿Más mielina, más excelencia?
Exacto, y todos podemos cultivarla. El neurólogo Bartzokis, investigador de la mielina, dice que todas las habilidades, todo el lenguaje, toda la música, los movimientos, están hechos de circuitos vivos; y todos los circuitos crecen según determinadas reglas.
¿Reglas que aplicaban ya los florentinos del la época de Miguel Ángel?
Pensamos que esa época y ese lugar dieron una gran cantidad de talentos innatos, pero en realidad era fruto de un sistema de formación en el que los niños a partir de los 7 años se convertían en aprendices activos de grandes maestros. No escuchaban ponencias, sino que hacían, preparaban frescos y pinturas durante diez años.
¿Hay que volver a los oficios para superar el fracaso escolar?
La práctica intensa realizada con energía, pasión y compromiso; con motivación, junto con la admiración por los maestros y la integración de los errores como parte del aprendizaje, son las claves que he visto repetirse a lo largo de mi investigación en los variopintos semilleros de talentos.
¿Cómo empezó todo?
Haciendo un reportaje sobre un club de tenis muy pequeño del que había surgido un gran campeón, me di cuenta de que ese club había dado más campeones que todos los clubs de EE. UU. juntos.
¿Qué entiende por práctica intensa?
Al límite de nuestras habilidades, el objetivo debe estar siempre un poco más allá de lo que damos de sí.
¿De dónde procede el combustible de la motivación?
Pensamos que del interior, pero la mayoría de las veces procede del exterior. Nada motiva más que hallar el ejemplo de eso en lo que queremos convertirnos.
¿Qué diferencia a los maestros instructores de los semilleros de talentos?
No dan discursos, son anónimos; por lo general, personas poco valoradas. Nadie conoce a Larisa Preobrazhenskaya, entrenadora de un club de tenis de Moscú que ha generado talentos por valor de millones de dólares. Vi llegar a su clase a una alumna nueva.
¿Y?
Larisa detuvo la clase, la miró y le pasó la pelota, estableciendo con ella una conexión. Para esa niña su entrenadora se convirtió en un referente. Y siempre daba instrucciones breves, cortas y rápidas en el momento, mientras estaba sucediendo.
Entiendo.
Los susurradores de talento suelen ser personas mayores y humildes, atletas emocionales que saben encender la pasión en sus alumnos y la práctica intensa. Y lo hacen con sentido del humor, herramienta básica para que el esfuerzo no resulte frustrante.
Las calles de Brasil producen mejores jugadores que los mejores clubs.
Los semilleros de talentos son lugares pobres que carecen de recursos pero ricos en lo que cuenta. En Brasil juegan al fútbol sala: el juego está comprimido, se toca la pelota un 600% más que en los campos grandes; la pelota es más pequeña, se cometen más errores, por todo ello los circuitos cerebrales se activan con mucha más frecuencia.
¿Hay que felicitarse por los errores?
Sin ellos no avanzamos. Tenemos 100.000 millas de circuitos en el cerebro, podríamos dar cuatro vueltas alrededor de la Tierra, y lo que hacemos con esos circuitos depende de nosotros, nosotros debemos encenderlos para conseguir el talento.
¿Cómo avivar el talento?
Visité una escuela en un barrio pobre de EE. UU. en la que había una maestra que elevó la media de las notas. Todas sus clases empezaban con la frase: "Gracias a lo que vamos a hacer ahora iréis a la universidad", y les explicaba las excelencias de tener una carrera. Los llevaba a visitar la universidad y a entrevistarse con universitarios de su barrio.
Despertar el entusiasmo por aprender.
La gran mayoría de los atletas con grandes marcas suelen ser los pequeños de la familia: corrían como locos para alcanzar a sus hermanos mayores. Hay otro estudio que demuestra que los mejores pianistas se iniciaron con profesores muy corrientes pero entusiastas y cariñosos.
Un buen maestro es un tesoro, ¿pero qué puedo hacer yo?
Yo pensaba que ser padre equivalía a desvelar el talento oculto de mis hijos. Después de mi investigación me he dado cuenta de que lo que debo hacer es exponer a mis hijos a cuantas más cosas, mejor, y fijarme en su reacción, ver qué les motiva. Y siempre hay que alabarles por el esfuerzo.
¿Qué es lo que más le ha sorprendido de su investigación?
Darme cuenta de que el talento no tiene tanto que ver como creíamos con los genes. El talento se cultiva, y no es necesario ser rico.
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